Tuesday 13 March 2007

El Lefante

Estimado Chucho, tus preguntas son sorprendentes para
mí, sobre todo la primera pues precisamente me
encuentro estudiando sobre los elefantes para tener un
marco teórico más completo en la realización de la
canción paquidermo faith.
De dónde viene el nombre es una duda que nos ha puesto
a discutir a los estudiosos de la lengua sobre qué fue
primero, el huevo o la gallina y es que uno de los
materiales más excelsos a la hora de fabricar obras de
arte es la criselefantina, nombre que recibe la mezcla
de oro (en griego, chrysos) y elefantina. ¿Y qué es la
tal palabra? Como podrán suponer, no se trata de las
vísceras, ni la grasa, ni el esperma solidificado
(lefa), ni la piel curtida del elefante, sino que es
un nombre alternativo del marfil. Esta denominación
tiene su origen en una falsa etimología, sumamente
extendida en particular entre los aficionados al arte,
y que es preciso erradicar de una vez por todas. Según
esta caterva de “expertos” (no autorizados por el Sr.
Tongay), la palabra elefante significaría
originariamente “marfil”, y por metonimia el nombre
habría pasado después al enorme animal cuya
característica más prominente sería, justamente,
ostentar unos prominentes colmillos de un blanco
exquisito y refulgente. En realidad, la situación es
exactamente la contraria: el elefante no se denomina
así por sus colmillos de elefantina, sino que la
elefantina recibe su nombre por ser propia del
elefante (si bien también la podemos encontrar en los
dientes del hipopótamo).
La palabra elefante entonces procede a través del
latín y del griego elephas, elephantos. No está
completamente claro su origen pero las teorías la han
emparentado con el latín albus, “albo, albino,
blanco”. Como es obvio, la idea que subyace bajo esta
hipótesis es la que vimos antes de que elefante
designaba originariamente al marfil. Sin embargo,
teniendo en cuenta el lugar de procedencia de estos
animales, la teoría más real que es la que dirijo en
la Real Academia, es que el nombre derive del fenicio
aleph-hind, que significa “buey indio, buey de la
India”. Si han leído a Borges ya sabrán que la primera
letra del alfabeto fenicio y hebreo se llamaba aleph
porque representaba la cabeza de un buey, y que luego
los griegos la rebautizaron como alfa.
Ya vimos en otra ocasión el fenómeno del iotacismo,
por el cual la “a” y la “i” pueden transformarse entre
sí tras fusionarse en un sonido intermedio; de modo
que alephind puede muy bien convertirse en alephand >
elephant, al que luego se le añadiría la “s” del
nominativo, elephants, que por las reglas internas del
griego suprime a continuación el grupo -nt-
precedente: elephas. Aunque los europeos asociemos
fundamentalmente a los elefantes con Tarzán y las
selvas de Africa, los pueblos de Oriente Medio los
conocieron en primer lugar a través de las junglas del
valle del Indo. Y en cuanto a su asimiliación con los
bueyes, tenemos el ejemplo de los romanos: la primera
vez que éstos tuvieron ocasión de verlos no fue
durante la invasión de Aníbal, sino mucho antes,
cuando el rey Pirro del Epiro se enfrentó con ellos en
la batalla de Heraclea con ayuda de 20 elefantes; los
romanos quedaron tan atónitos ante algo jamás visto
que los llamaron “bueyes lucanos”, debido a que la
región donde tuvo lugar la batalla, y de dónde
suponían que eran originarios los bicharracos, se
llamaba Lucania (la actual Basilicata, en el arco de
la bota italiana).
El adjetivo de elefante es elefantino, y que, de
empezar denominando a todo lo propio de este animal,
acabó restringido a lo más exclusivo y característico
de él: los colmillos de marfil. Pero ya hemos dicho
que éste era un nombre alternativo, porque los latinos
lo llamaban de otra manera: ebur, evolucionado del más
antiguo ebors < ebos. La teoría más sólida dice que el
origen de esta palabra es también fenicio, y que
derivaría a su vez del egipcio ab “elefante” o ebu
“marfil”; una vez más, el nombre del colmillo procede
del animal, y no al revés. El adjetivo de ebur era
ebureus, del cual proceden el francés ivoire y el
inglés ivory, que con el tiempo han pasado a
significar también el sustantivo “marfil”. En
castellano, sin embargo, la palabra que ha sobrevivido
es ebúrneo, forma sumamente poética y pedante de decir
“de marfil o parecido a él”, y que procede a su vez de
eburno, forma obsoleta de llamar a esa sustancia.
¿Y de dónde procede la propia palabra marfil, que es
la que impera con holgura en el castellano actual?
Pues del árabe azm-al-fil, que significa “hueso del
elefante”. Es curioso observar cómo para los beduinos
los colmillos del paquidermo no eran dientes, sino una
prolongación del hueso de la mandíbula. El castellano
y las lenguas romances en general son refractarias a
pronunciar dos sílabas seguidas acabadas en “l”, así
que suelen aliterar una de ellas en “r”: en este caso,
de malfil se pasó pronto a marfil. Y los aficionados
al ajedrez pueden reconocer la palabra fil en alfil,
que significa literalmente “el elefante”, puesto que
era lo que representaba esta pieza en sus orígenes
persas antes de que, tras su paso a la Europa
cristiana, se transformase en una especie de obispo o
arcipreste.
Así que, tras este pequeño viaje etimológico, ya hemos
descubierto nuevas formas de llamar al elefante y la
criselefantina. Y Chicho, tienes toda la razón en
dudar si existe relación alguna con la lefa, y es que
esta guarra expresión viene del color elefantina o
marfil; debido al nacarado y color blanco opaco del
delicioso y nutritivo semen.
Conforme a que si virgen viene de verga, la respuesta
es no. Virgen viene de Virgo, Virgo significa Verde y
lo verde era la tierra nueva no trabajada y por lo
tanto… Virgen.
El origen de verga se remonta al latín "virga", voz
que significa en dicho idioma rama, vástago, retoño.
Estas palabras, con un mínimo de imaginación,
podríamos relacionarlas con el miembro masculino. Pero
también en Castellano tiene otras acepciones, así
vemos que al palo delgado sin hojas también se le
llama verga, al igual que en términos marinos, al palo
al cual se asegura el grátil de la vela, o también al
palo mayor de la mesana que no lleva vela. Todo esto
nos lleva hacia una figura fálica, y revisando el
diccionario, nos encontramos que hasta existía una
unidad de medida llamada la "verga toledana", que
equivalía a dos codos, que si tomamos a ésta como la
distancia entre el codo y el extremo de la mano,
podríamos pensar ya en exageraciones grotescas o bien
en el Tal Tongay.
Saludos Jesús.

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